Por Máximo Laureano
Hace un tiempo leí el ensayo “La civilización del espectáculo” del escritor peruano, Mario Vargas Llosa, lo planteado allí, en cierta forma advertía lo que vemos hoy con la vorágine de la comunicación.
Una comunicación marcada por la inmediatez, lo superficial y los esfuerzos por sustentar que el desconocimiento, la descomposición social y lo superficial, son valores a preservar por las generaciones actuales, porque ya no hace falta pensar.
Es la generación donde pocos piensan, pero todos son sabios y se sabe de todo y se opina de todo, porque como se establece en “La mancha indeleble”, de Juan Bosch, ya no es necesario llevar la cabeza, porque otros piensan por ti.
Cada segundo aflora un genio en las redes sociales, que invita al embrutecimiento colectivo, con sus contenidos desechables y su prédica de que tiene dinero, sin haberse quedado dormido muchas noches con el riesgo de que la cera se derrita en la mesa y el fuego desvanezca el sueño de crecer.
Así es la burbuja, importa cómo te ves, no como te sientes, importa lo que tienes, no como lo haz conseguido, quien no aplaudes a estos genios es atrasado y desfasado, solo porque cuando se le pidió que se quitara la cabeza, para entrar en este círculo, se negó.
La cultura, no es cultura y se quiere imponer la cultura de que no pensar en cultura, es la cultura que exige la burbuja, los patrones se invierten y los nuevos genios creen tener sus propias reglas, se endiosan, insultan, al punto que se proponen que otros carguen sus errores y por eso cuestionan a quienes reacciona antes sus actuaciones.
Sobre el peso que hacen cargar las redes sociales al individuo actual, hemos planteado que es un escenario similar a la crecida de un río, donde la abundancia de agua y la importancia de esta para la vida, hace pensar que la furia que desata la corriente no es peligrosa; y sí lo es en la media en que no se tenga la capacidad de separar lo que nos sirve, de los que nos daña.
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